La piel en blanco.

Reposo en ese lugar preferido de tu pensamiento, ese espacio físico de tu habitación, íntimo del escritor. La fina y suave madera me sirve de cama. Estoy deseando que el viento se cuele por la ventana y por debajo mío de tal forma que me eleve arrastrándome casi sin control hasta donde descansas, pero hago un esfuerzo sacrificado y te espero paciente, aquí en el mismo sitio donde me dejaste la noche anterior.

Ansío el momento en que recuerdes que compartes la habitación conmigo y sientas esas ganas de mí. Me entretengo mirando hacia la ventana, contemplando el amanecer, añorando que los rayos del sol acaricien tu rostro obligando a tus ojos a dejar el sueño y quizá entonces vengas a buscarme.

Respiro profundo, siento un vacío total ¡Qué amarga sensación de sentirse sin razón en el mundo, qué agonía! No me muevo pero noto cerca de mí algunos libros dispersos por la madera, dejo escapar suspiros al leer sus títulos y más aun al ver tu nombre grabado en ellos, me pregunto qué se sentirá ser libro.

Al otro extremo hay desordenadas algunas hojas, pero no son como yo, ellas se ven felices ¡Las has llenado todas! Una lágrima me brota ante la escena...¡Cómo no van a estar radiantes si llevan impresas las huellas de tus manos y hermosas letras negras! Me siento desdichada, abandonada. La envidia invade mi ser.

El tiempo transcurre lento y doloroso, nada me consuela, prefiero ya no mirar a esas que se burlan de mí, que presuntuosas portan tus letras mientras que yo siento odiarlas como nunca imaginé. Los libros más indiferentes a mi desgracia permanecen ahí, cerrados.

La tristeza me cierra los ojos por un rato y es tu aroma lo que me hace despertar. Estás frente a mí, me miras pensativo. Te veo tomar tu pluma preferida y dar con ella pequeños golpes en tu boca. Has traído tu taza favorita de la que se desprende el agradable aroma del café que sueles tomar por las mañanas. Dejas sobre la madera la pluma, bebes café, suspiras y tomas de nuevo la pluma. Repites el mismo ritual unas cinco veces.

Respiras una vez más muy profundo y apoyando ligeramente tu mano derecha en mí comienzas a guiar la pluma en tus dedos. Estas escribiendo una "N" ¡Oh! Qué deliciosa sensación experimento, te deslizas sobre mí y me dejo llevar por ese éxtasis. Y pensar que momentos antes me sentí tan perdida, creí que nunca me tocarías.

Casi siento la dicha, pero la envidia de tus manos sobre otras antes que en mí me nubla los ojos y el corazón me llora, tanto, que dejo de poner atención a lo que escribes y de pronto siento un punto final, me miro y puedo leer: "Necesité toda una vida para encontrarte, hoy sé que te amo."

El corazón me brinca ¡Yo también te amo! y tú suspiras, me tomas en tus manos y suspiras, me besas y sonríes.

Con sorpresa te observo mirar aquellas soberbias hojas y con el impulso de tu mano arrojarlas sin más al piso.

La felicidad se me desborda, no sabes cómo te agradezco ese gesto. Ya no existe nadie más que tú y yo.

Soy tan feliz que no me importaría morir llevándome por siempre grabadas tus palabras en mi piel, segura de que tú me guardarás en tu mente y en tu corazón como nunca, como a nadie más.

Me pierdo en tus ojos y es en tu sonrisa donde encuentro el final.

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