Israel, muchos años después.

A veces imagino el destino de Israel. Lo veo casado con aquella chica que fue su novia antes de mí, la esposa ideal según la opinión de su familia, tal como lo supe desde el día en que la conocí. Lo veo como padre de cuatro, quizá cinco niños. Es fácil imaginarlo amoroso y entregado a su familia. Puedo verlo trabajar gran parte del día, de forma rutinaria como muchos lo hacen en la gran ciudad, esforzándose para vivir sin lujos, en una pequeña casa probablemente en la misma colonia en la que ambos crecieron. Está cansado y su cansancio se refleja en las arrugas de su frente, siempre tan pronunciadas, en su cabello ya con varias canas, con sus ojos oscuros; esa mirada penetrante de párpados ligeramente caídos hacia afuera.

Si hay algo que siempre voy a recordar de Israel son sus ojos y la forma en que él solía mirarme.

Lo veo tratando cada día de cumplir como padre y como esposo, con una mujer que ha transformado su belleza en unas curvas más pronunciadas, en un cuerpo algo descuidado pero con un carácter más endurecido por los años, dominante sin duda.

Pienso que quizá alguna vez en aquella ciudad en todos estos años, nos hemos vuelto a cruzar en el camino y que no fuimos capaz de reconocernos.

A veces me pregunto si me gustaría estar en ese lugar, ser yo aquella mujer, con aquellos hijos, siendo él mi compañero, en aquel hogar. Pero sólo es una pregunta, a pesar de mi imaginación siempre desbordante no logro ponerme en ese sitio, quizá porque nunca pertenecí ahí.

Ese no fue nuestro futuro, no fue nuestra historia con final feliz, pero sí tuvimos un pasado de esos en que la intensidad es protagonista y que marca toda la vida, pero esa es otra historia.


27 nov 2012.










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