Empatía con la lluvia.

Está lloviendo y no logro distinguir si llueve más afuera o adentro, sí, miro las gotas resbalando en la ventana y siento las mismas recorrer mis mejillas y me pregunto ¿Cuándo parará de llover? Y me consuela saber que el agua le sirve a la tierra y al alma, por eso es necesario que llueva, por eso es necesario que mis ojos sientan empatía y lloren. Se necesitan cosas muy sencillas para estar en contacto con la naturaleza, no olvidemos que somos parte de ella.

Llueve y el sonido de las gotas caer y del aire me hacen sentir tranquilidad y melancolía, me gusta disfrutar de los días lluviosos, los días en que llueve en mi alma y todo queda más limpio al día siguiente, con los primeros rayos del sol, aunque algunas veces amanece lloviendo. Los días lluviosos son hermosos ¿Cómo no amarlos?

La lluvia nunca dejará de sorprenderme, de envolverme y de llevarme hasta el punto más sensible.

A veces recuerdo mis caminatas bajo la lluvia, otras veces la escucho golpear las ventanas, los techos y el suelo. Me gusta dormir escuchándola.

No le temo a la lluvia, no me avergüenza llorar, ambas son necesarias en esta vida, me gusta disfrutarlas a plenitud.

Quizá sea la lluvia quien siente empatía por mí.

"Que llueva tristeza al llorar y que sacie la amargura su sed. Las lágrimas son el jabón que limpia de penas tu piel. Llorar es purgar la pena, deshidratar todo el miedo que hay en ti, es sudar la angustia que te llena, es llover tristeza para poder ser feliz." - Mago de Oz.

1 comentario:

  1. Hola, me hiciste recordar esto con tu texto:

    TANTA MANSEDUMBRE

    Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría, alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el cora-zón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órga-no bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir.
    Pero también estoy inquieta. Yo estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero cómo es que me arreglo con esa simple y tranquila alegría. Es que no estoy acostumbrada a no necesitar de mi propio consuelo. La palabra consuelo me llegó sin sentir, y no lo noté, y cuando fui a buscarla, ella se había transformado ya en carne y espíritu, ya no exis-tía más como pensamiento.
    Voy entonces a la ventana, está lloviendo mucho. Por hábito estoy buscando en la lluvia lo que en otro momento me serviría de consuelo. Pero no tengo dolor que consolar.
    Ah, lo sé. Ahora estoy buscando en la lluvia una alegría tan grande que se torne aguda, y que me ponga en contacto con una agudeza que se parezca a la agu-deza del dolor. Pero es una búsqueda inútil. Estoy frente a la ventana y sólo ocurre eso: veo con ojos be-néficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo conmi-go. Ambas estamos ocupadas en fluir. ¿Cuánto durará mi estado? Percibo que, con esta pregunta, estoy pal-pando mi pulso para sentir dónde está el latir dolorido de antes. Y veo que no está el latido de dolor.
    Sólo eso: llueve y estoy mirando la lluvia. Qué sim-plicidad. Nunca creí que el mundo y yo llegáramos a este punto de acuerdo. La lluvia cae no porque me necesite, y yo la miro no porque necesite de ella. Pero nosotras estamos tan juntas como el agua de lluvia está ligada a la lluvia. Y no estoy agradeciendo nada. Si, después de nacer, no hubiera tomado involuntaria y forzadamente el camino que tomé, yo habría sido siempre lo que realmente estoy siendo: una campesina que está en un campo donde llueve. Sin siquiera dar las gracias a Dios o a la naturaleza. La lluvia tampoco da las gracias. No hay nada que agradecer por haberse transformado en otra. Soy una mujer, soy una persona, soy una atención, soy un cuerpo mirando por la venta-na. Del mismo modo, la lluvia no está agradecida por no ser una piedra. Ella es la lluvia. Tal vez sea eso lo que se podría llamar estar vivo. No es más que esto, sólo esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa.

    -Clarice Lispector

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